jueves, 18 de junio de 2009

Reparando viejas y nuevas heridas.

Han pasado varios meses desde la última vez que escribí por aquí, y digo por aquí porque el facebook es diariamente actualizado. Han cambiado muchas cosas en mi. Ya no me excedo en preocupaciones absurdas que puede que no pasen nunca, tampoco, me recreo en mi propia tristeza. Poco a poco voy saliendo del agujero en el que estaba metida, y en el cual no veía modo de salir. Pero gracias, al deporte, yoga, terapia... etc. mi vida o la visión de mi vida está cambiando. Ya no me cuesta levantarme por las mañanas, sonrío casi todos los días, abrazo todos los días, y procuro disfrutar de las pequeñas cosas diariamente. Porque eso es la vida, disfrutar de lo que se tiene, y cuando vengan los problemas afrontarlos, pero mientras tanto no fantasear con ellos. Eso si, para llegar a este punto he tenido que poner muchísimo de mi parte y me han tenido que ayudar, muchas veces, pero con voluntad todo en esta vida se consigue. Los pequeños retos te llevan a la meta.

Y me encuentro en un punto de mi vida, de autoconocimento, aprendizaje y crecimiento. Tanto, que vuelvo a tener ganas de dibujar, de pintar, de plasmar mi visión de la vida. Ahora vuelvo a disfrutar.

Gracias a ti, por estar ahí siempre.

Aquí os dejo el cuento de Jorge Bucay que me recuerda que hay momentos en la vida, en las que hay que parar para seguir adelante:

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó 18 árboles.

- Te felicito -le dijo el capataz -. Sigue así.

Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano. A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de 15 árboles. - Debo estar cansado - pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.

Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron 7, luego 5, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le preguntó: "¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?".

- ¿Afilar? No he tenido tiempo de afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.


¿De qué sirve, empezar con un enorme esfuerzo que pronto se volverá insuficiente? Cuando me esfuerzo, el tiempo de recuperación nunca es suficiente para optimizar mi rendimiento. Descansar, cambiar de ocupación, hacer otras cosas, es muchas veces una manera de afilar nuestras herramientas. Seguir haciendo algo a la fuerza, en cambio, es un vano intento de reemplazar con voluntad la incapacidad de un individuo en un momento determinado.

3 comentarios:

Suny dijo...

ODIO a Bucay... pero me animó mucho leer lo primero, supongo que esos estados de plenitud sólo se alcanzan con la madurez. Nos falta tanto a las párvulas como yo? :(

chilindrina dijo...

Esa es mi hija. Sigue así cariño, todo saldrá bien, estoy segura de ello.

Rachel dijo...

Saturnine, este estado de plenitud se puede conseguir a cualquier edad, si es cierto que la madurez ayuda pero la clave está en disfrutar cada dia como si fuera el último, y disfrutar de lo que se tiene, porque a veces gastamos energía en exceso en anhelar lo que no tenemos.

Gracias mamá, todo se andará pasito a pasito, pero firme.

Un beso